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Los
enanos también beben champaña, han aprendido a elaborar copas diminutas. Así
como crearon una compañía cristalera en medio de la selva, también construyeron
fábricas de muebles y accesorios para enanos que operan en las afueras de la
ciudad. Su gran industria es, sin embargo, la creación de azúcar. Hace unos
años las minas de los enanos fueron cerradas y clausuradas por el alza de los
precios de las compañías azucareras ─los
enanos no pueden vivir sin este producto, pues lo consumen en grandes cantidades;
el azúcar les permite moverse libremente en la oscuridad abismal dentro de la
tierra y los provee de cierta energía con la que extraen los diamantes entre
las rocas trabajando incansablemente─,
pero los enanos al no poseer su materia prima, cansados de pagar los
exorbitantes impuestos del gobierno en turno, decidieron crear su propia
industria, vendieron muchos de sus diamantes para crear la infraestructura
necesaria y con ello dio inicio la Era Enana, pues se apropiaron de gran parte
de la industria azucarera, del gobierno y de los bienes más importantes de la
nación. Para que su negocio tuviera éxito trataron de exterminar a las demás
compañías de azúcar, de ahí que una serie de luchas intestinas se desataran
entre ellos y las otras bestias que habitaban el orbe.
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Esta
noche los enanos festejan en el palacio mayor los cien años de la existencia de
su compañía de azúcar. Por la pequeña puerta entran las nuevas familias de
industriales enriquecidos por el negocio; están vestidos de gala. De los
cuerpos hombrunos de las mujeres cuelgan perlas y luces multicolores brillan
entre sus dedos. Los hijos de los grandes enanos corren por el salón mientras
ellos fuman puros y beben coñac o champaña. Aún pequeños su mirada ensucia los
muebles cuidadosamente tapizados con seda roja; es una mirada canina la de los
chicos, oscurecida, dentada. Afuera la ciudad huele a cloaca, a residuo, a
pólvora.
*
Los
limpiaparabrisas están apostados en los arcos del parque central. Se amontonan
unos sobre otros para protegerse de los incendios y de las balas. Se arrebatan
el escaso pan robado. Están sucios y repletos de tiza negra; en lo oscuro sólo destacan las órbitas enloquecidas de
sus ojos. Son perseguidos porque estorban en la guerra de las azucareras. Un
autobús de limpieza los recoge cada noche, pero no existe la infraestructura
para llevarlos a todos de una vez, así que la cacería nocturna empieza con cada
campanada del templo mayor. Una vez recopilados, son
colocados en jaulas y después los entierran en fosas aún vivos. Los
limpiaparabrisas trataron de rebelarse, pero al no contar con armas, su intento
fue un fracaso. Ahora sólo tratan de huir del camión de limpieza y de proveerse
de los desperdicios de las grandes bacanales de los grupos en pugna.
*
Las
carcajadas revientan el salón dorado, los enanos están felices esta noche, ya
embriagados e indigestos corren como los niños, gritan con la euforia del
vencedor. Las batallas no se sienten entre tantos cojines y bebidas. Entre
tantos hijos pródigos, entre tanta bonanza y buenaventura. Pero de pronto, un
ruido, un golpe, un loco gritando que entra con un pedazo de cristal dispuesto
a matar al primer enano que se encuentre, un
limpiaparabrisas, gritan todos; corren y se esconden entre los muebles,
atraviesan hacia la cocina minúscula. Entonces el Enano Mayor dispara y el
intruso cae en el centro del salón. Es una materia fea sobre el parquet. Los
enanos lo rodean, suspiran, se calman. Las madres enanas abrazan a sus hijos,
todos festejan estar a salvo. Sin decirse nada se agolpan en las ventanas, el
fuego de la Torre Mayor abrasa la distancia, los niños gritan de manera
festiva: fuegos, fuegos. Lucecitas
que se elevan como fuegos artificiales que caen en vertical y desaparecen.
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