miércoles, 24 de julio de 2019

ARTE Y MUNDO


(Algunas reflexiones sobre las películas Cafarnaúm de Nadine Labaki y Chicuarotes de Gael García Bernal)

Cafarnaúm: la ciudad olvidada (2018) y Chicuarotes (2019), son películas unidas por una comunión secreta. Ambas son polémicas y brutales, nos enfrentan a un hiperrealismo en el que el arte se cuestiona a sí mismo a partir de sus vínculos con el exterior. Para pensar en el arte realista es necesario definir lo “real” como un tejido de percepciones que, en el arte, tienen representaciones específicas. La representación realista se encuentra en la raíz misma del pensamiento del arte sobre sí.

Platón concebía una idea de la representación artística muy particular y compleja. El arte pretendía transmitir el mundo de las ideas a través de determinadas “figuraciones” ligadas con los designios de los dioses; el mundo de las apariencias no lograba alcanzar las honduras de la razón, ese mundo oculto en una caverna de la cual los seres humanos apenas si alcanzamos sombras, puesto que nuestra percepción es engañosa. La imitación era censurable porque no alcanzaba la esfera “verdadera” que un arte inspirado sí lograba; se trataba de un arte de la “verdad”. Para Aristóteles, en cambio, arte e imitación trabajan juntos, de hecho, la imitación es el procedimiento más adecuado para poder confeccionar una obra de arte, con Aristóteles se definen los géneros literarios y los artistas comprenden qué es un canon y cómo imitar una tradición puede ayudarles a conseguir obras cercanas a los ideales de la misma.

Cada pensamiento en torno al arte tiene variaciones históricas que deberían ser objeto de planteamientos minuciosos, lo único que intento demostrar es cómo la representación es objeto de teorías desde el comienzo del pensamiento occidental. Hasta la segunda mitad del siglo XIX se plantean los presupuestos estéticos de una escuela realista; su definición es, principalmente, literaria. Estos ideales no permanecen alejados de las otras artes puesto que se refieren a los contenidos de la representación y son útiles para pensar cómo se vincula el arte y la realidad.

¿Qué es lo real? ¿Una percepción, una esfera independiente del sujeto? Aunque todas las consideraciones son de vital importancia para asumir una postura en un debate sobre el problema en nuestros días, basta señalarlo antes de nombrar de admitir que “contexto” es un término más adecuado que el de “realidad”. “Contexto” alude a una red de vínculos en un espacio psico-social. La realidad puede ser entendida como percepción, es decir, subjetiva, individual, única, mientras que el contexto despliega sus relaciones en un sistema que puede describirse más allá de un solo individuo. El arte contemporáneo se relaciona de formas muy complejas con su contexto.

Para poder comprender esas relaciones es necesario observar cada manifestación y sus diversos diálogos. En el caso de las artes con mayor proyección en el siglo XXI —el cine y la fotografía—, habría que demorarse en reconstruir cada aspecto que contribuya a comprender por qué se representa de determinada manera.

Uno de los debates recientes tiene que ver con la “estetización de la violencia”. Una proliferación de películas y de fotografías; materiales audiovisuales que utilizan contextos problemáticos, de guerra o violencia, para, a través de una pieza artística, representar situaciones de conflicto y asuntos emergentes. Esto es inherente a todo el arte en todas las épocas, cada periodo merece revisiones. Algunas ideas bastante problemáticas son las siguientes: “De lo que no se puede hablar es mejor callar”, dice Wittgenstein, mientras que Walter Benjamin advierte que los combatientes están impedidos para hablar de las atrocidades experimentadas en los campos de guerra en la Primera Guerra Mundial. Hay una novelística de los campos de concentración y también una dolorosa literatura de la posguerra española. De ahí el salto a los asuntos del siglo XXI, ¿cómo hablar del narco mexicano, de las fosas clandestinas, pero sobre todo, de la miseria, la delincuencia, la desesperación humana? ¿Se puede hablar o se debe callar? ¿Cómo nombrar?
De las películas seleccionadas para este recuento de asuntos sin solución, debo decir que tanto Cafarnaúm como Chicuarotes emprenden búsquedas semejantes, sobre todo, por cómo incorporan el contexto a sus medios expresivos. Cada película merece una atención profunda y una descripción pormenorizada porque sus contextos son diferentes. Sin embargo, en cuanto a su recepción producen efectos similares; el más acentuado es la conmoción. Y he ahí el primer rasgo de este tipo de arte que incorpora contextos muy específicos a su representación; opera por efectos que acercan al espectador a las diversas tramas. Este punto es delicado si pensamos en el efecto de distanciamiento que Brecht pedía al teatro. Entre más se distancia el espectador de lo contemplado, más efecto surtirá sobre su psique. Ambas películas logran ese efecto de distanciamiento en varios momentos pero, en otros, son demasiado explícitas y acercan el sentir del espectador a su trama lo que genera ciertos tintes melodramáticos que impiden separarse de lo contemplado; hay una identificación pasional con los personajes y el nivel simbólico se reduce, por lo cual, sus efectos pueden ponerse en entredicho.

Las actuaciones de ambas películas son magistrales por su estridencia, hacen que las grandes masas se sientan compelidas, arrastradas por las escenas, deseosas de que terminen, incrédulas ante lo que ven como si no las aludiera. De Cafarnaúm, por ejemplo, las personas apabulladas salían de la sala en la función a la que asistí. ¿Qué las ofendía o saturaba? ¿Ver retratada una evidente e insoslayable verdad de nuestro tiempo: la miseria de los niños en países pobres, sin soluciones ni alternativas, condenados a la violencia? Hechos sin precedentes los de una época que es consciente de su irremediable extinción. La propuesta es monstruosa y paradójica en un mundo capitalista ciego ante sus evidentes problemas porque no puede dejar de producir mercancías, incluyendo la de seres humanos. Pensar que no podemos desarrollar lo que el sistema espera de nosotros: la procreación, resulta un asunto tabú porque los estados no están dispuestos a responsabilizarse por un problema cuyo estatuto jurídico, psíquico y social nunca ha sido definido como mercantil.

Chicuarotes plantea un problema similar: la violencia de los jóvenes en zonas de alta pobreza y delincuencia en Ciudad de México. Ambas películas preguntan ¿para qué el despilfarro de vida humana si, al final, esta se convierte en un acontecimiento insignificante, ridículo, absurdo? Ambos largometrajes muestran dos casos singulares y desarrollan el socio-drama de familias destrozadas por la precariedad pero, sobre todo, por una condición existencial que no se menciona explícitamente y que es la falta de sentido de vida en un sistema rapaz, ridículo que ya no encuentra por qué a su existencia y que cada día se beneficia con su propia muerte: no hay remedios ni salidas, ni siquiera sabemos cómo vivir cada día, los adultos, los niños, con calidad de vida, con sentido de ser.
Al mostrar los casos singulares, las películas producen efectos de empatía que, quizás, en este momento, sean adecuados para despertar a grandes masas poblacionales que se rehúsan a comprender su propio contexto y a razonar los problemas del mundo en el que viven. ¿Es esto válido, adecuado, “pertinente”? Los puristas del arte pensarán que hay un “regodeo” en la miseria, pues trasladan el problema estético a la esfera ética, y este es el punto central de discusión. ¿Se puede retratar una realidad a la que el artista no pertenece con el fin de denunciar un contexto? ¿Qué aportación estética se pueden extraer de estas filmaciones?

No hay duda de que en ambos casos hay una necesidad de expresar una serie de problemas y con la pretensión de hacerlo de forma artística. A diferencia de algunas series melodramáticas de televisión, las películas utilizan una trama definida —es decir un cómo nombrar— que, claramente, en muchos momentos, tiene una proyección estética. Los paneos de un horizonte muerto en el caso de Cafarnaúm, los acercamientos a los rostros infantiles tristes y bellos, cadáveres sin fin, son un universo de afectos que habría que analizar en cada secuencia; en Chicuarotes, el sentido del humor, la ironía son paisajes de una naturaleza contrapuesta a una ciudad ruinosa y terrible.

Vuelvo a la pregunta, ¿qué sucede cuando la violencia forma parte del arte e incomoda porque, aunque “estetiza la violencia”, también dice algo no tan equívoco del malestar social y por eso cimbra e irrita al espectador? ¿No parece que las personas desean que la violencia exista sola, muda, en su esfera “real”, carcomiendo el contexto de amplios grupos humanos, de los animales o de la naturaleza entera, sigilosa, distante, disminuida por el plástico sin fin…, para no verla, para no asumir su horror? ¿Por qué no podemos atender a ciertos contextos sórdidos, espanto de otros (siempre de otros) sin que podamos si quiera procesarlos? ¿Por qué en la nota periodística es más soportable que en el arte? ¿Por qué vivimos en una perpetua parálisis y cerrazón, prefiriendo no ver, pasando de largo y punto, y por eso no cambiamos, despiertos, aunque duela? La intención del artista murió a principios del siglo XX, lo único que queda es sentido —es infinito, hermoso, brutal. ¿Por qué somos incapaces de describir en vez de juzgar? ¿Por qué tememos tanto que arda la mirada?





lunes, 26 de marzo de 2018

UN FRAGMENTO DE RENÉ CHAR

Me levanté a las seis de la mañana, la luz estaba en vilo con sus fuegos de primavera, afuera los corredores dejaban sus sueños en la velocidad; los árboles estaban quietos, quién sabe qué cosas terribles pasan en otros sitios, mientras camino y miro las nubes engordadas y las copas de los pinos: un rezo por los que desaparecen. No había niños, estaban de vacaciones; durmieron más, están en sus casas, todavía cobijados por el tiempo o quizá más indefensos que nunca, marcando para siempre su paso en este mundo. Regresé a casa con la convicción de mis párpados despiertos y su sentido evidentemente errático de cuando se duerme poco; todavía era temprano —hay mañanas que son tempranas para siempre y así se evaden de los recuerdos aunque permanecen fijas en algún lado— y terminé una de las lecturas de Feuillets d'Hypnos (Hojas de Hipnos), de René Char. Hay que hacer ocho, diez, trece lecturas de lo mismo, pienso. Tatuarse la memoria de su desaparición, quebrarse en las palabras, leer en una lengua y otra, alternar: no comprender nada y luego quizá... No sé. Mi sueño ligero en la oscuridad, el espejo entre paréntesis, párpado, no soñé, quizá sí pero no percibí esos signos, fue un sueño conciso, cuatro, seis horas, el tiempo se retrasa y adelanta: somos otros, siempre la otra... Desperté, no había ruido, excepto los pájaros con sus orejas de mares lejanos. 

Aquí un fragmento hipnótico:


«De manera brusca recuerdas que tienes un rostro. Los rasgos que lo modelaban no eran todos rasgos de pesadumbre, antaño. Hacia ese paisaje múltiple se alzaban seres dotados de bondad. En él la fatiga no hechizaba únicamente naufragios. La soledad de los amantes respiraba ahí. Observa. Tu espejo se ha convertido en fuego. Imperceptiblemente vuelves a tomar consciencia de tu edad (que había saltado fuera del calendario), de ese acrecentamiento de existencia con el que tus esfuerzos construirán un puente. Retrocede al interior del espejo. Si no consumes su austeridad, al menos la fertilidad no será agotada.»



domingo, 25 de febrero de 2018

Objetos inasibles: 'Black Panther' y la lógica democrática del asistencialismo

Las películas de acción están destinadas a configurar no solo un reflejo oculto del presente social, sino una multiplicidad de proyecciones sobre el futuro deber ser. Repletas de los clichés que convencen por melodrama a las masas, ofrecen entramados que resultan una síntesis absolutamente precisa de las emociones de nuestra época en un limitado registro tonal. Las transiciones sensoriales son evidentes: los hilos del humor cuando el dramatismo roza la cursilería, el coqueteo sexual cuando se develará la futura acción del personaje, el momento dulce después de una larga secuencia de acción. El cine como espacio de fuga y no de atención cognitiva entraña un peligro: la anulación completa de la consciencia crítica. Los espectadores observan, atienden, pero no degluten, no hay un ejercicio de interpretación. Hoy, más que nunca, es necesaria una hermenéutica analógica que, al decir de Mauricio Beuchot, capte la naturaleza humana a pesar de todas sus máscaras.
Y es que, pese a la aparente neutralización de los discursos sumergidos en la compleja red de sentidos enrevesados y ocultos en los productos de masas, hay una evidente orientación política que late a la espera de una reflexión imposible. Imposible porque el atarantado público no la realizará, tan cómodo como se encuentra en la postración de su butaca, deglutiendo el insano queso amarillo de las artificiosas tostadas saladas e hipertensas que cada fin de semana ingiere para olvidar la vida de rutinas, encierros y deudas sin fin.

Felices corremos al encuentro de un objeto que transforma el valor de cambio mercantil por la sumisa aceptación de un producto engañoso e intangible que nos entrega algo casi monstruoso (una identidad, la seguridad de ser, el conformismo de que todo continuará en orden mientras consumamos esos objetos inasibles sin cuestionarlos). El objeto inasible sirve como anclaje; arraigo del ser perdido en un horizonte de dudas e incertidumbres. Al endeble y quebradizo destino económico personal le oponemos el consuelo del "bonachón" y esperanzado futuro en los héroes que heredarán la corona política por haber luchado cruentamente por ella (Black Panther) y nos sometemos a los designios de esa nueva "democracia" siempre ganada con sangre y en la cual nunca opinamos ni decidimos pero en la que se nos consuela con el afán proteccionista de un gobierno al cuidado de sus súbditos. 


Lo que sucede con la película Black Panther (Marvel Comics, Ryan Coogler, 2018) es magistral, pues engaña con numerosos elementos carismáticos a su espectador; un espectador encariñado con las aparentes inversiones ideológicas pero que, al final, es timado por un programa de acción político explícito. La empatía que generamos con los héroes, incluso la lógica de rechazo con los anti-héroes, reconfigura una y otra vez un sistema de valores cuya estructura no es demasiado móvil pero que, desde el objeto inasible, crea valores nuevos para las masas. Por ejemplo, en esta película, el principio de la caridad es retomado como un valor secular y ancestral al mismo tiempo y nos indica que los héroes no deben ensañarse con los enemigos y problematiza de esta forma, el principio de la venganza democráticamente desviado hacia la ley, pero nunca reafirmado por los héroes: los héroes son incapaces de vengarse porque están situados en el filo del principio democrático ineludible que está regido por la justicia: la justicia del pueblo, no la de un solo hombre. Considero que en los libros de René Girard se puede profundizar en este problema que implica el desvío del principio de la venganza en los estados democráticos transferidos al aparato de la justicia (abstracta, global, etc.). El anti-héroe, por su parte, juega con los anti-valores, pero a diferencia de los del héroe, estos no son ancestrales sino que se generan en cada película nueva, en el caso de Black Panther ese valor creado va contra la revolución, contra la rebelión de los marginados. 


En lo anterior se cifra el sentido profundo de esta película. Su mensaje es obvio: el rey se aboca a la defensa de su pueblo republicano, privilegiado, escondido en su país enriquecido de vibranium —esa tecnología soberbia que puede curar las más mortíferas heridas y generar los más potentes elementos de guerra—, y al mismo tiempo, tiene que salir al mundo a ofrecer un poco de esa riqueza a los desheredados, a los marginales que representan a los bastardos de la casa. En vez de ofrecerles la lucha y la rebelión como posibilidades verdaderas de transformación de los órdenes sociales destinados ya al inmovilismo, hay que oprimirlos con el guante blanco. La lucha es peligrosa para la conservación del mundo; así que lo mejor es regalarles un par de instituciones que los ayuden a sobrellevar su pobreza. 


Black Panther reemplaza así, el impulso de la revolución por las políticas asistencialistas del post-capitalismo, que adormecen la consciencia activa y transformadora social y la intercambian por la lógica de la caridad de los acaudalados. Todo eso son, desde luego, objetos inasibles, pues las masas, tan crecidas como están, rara vez se benefician total y radicalmente de esos bienes intangibles que las buenas consciencias les regalan. Pero, al menos en el cine, creamos la ilusión del enternecimiento y la risa y se nos ofrece la esperanza mínima de un progreso inalcanzable que nuestros regidores "sabiamente", dosifican, para el bien común.

domingo, 8 de octubre de 2017

IMPRESIONES ESTÉTICAS DESTARTALADAS -1 (Otto Dix. "Modern War")

No hay narración silenciosa detrás de los trazos.
No hay historias que contar ni desenlaces.
La detención es el rostro del ruido.
La imagen es literal.
Ella encierra pero es transparente su exposición.
El cuadro abre y aventura figuraciones.
Nada en una imagen pictórica está escondido.
Allí no existe la semejanza, sino un mundo alterno,
indiferente, extraño a la cronología.
No se privilegia ningún pensamiento,
la aventura de Platón sobre lo oculto,
la eterna búsqueda del oro a punto del engendramiento.
La violencia de lo oculto brota.
Nada esconde la fugacidad, la memoria,
la desequilibrante inarmonía entre los pueblos, la sangre.
Todo está dicho, Otto Dix.
Los gestos arbitrarios del dictador,
cada uno de los ademanes de los vencidos.
No hay nada detrás de las figuras, todo se dice.

Si se recolectan todos los instantes detrás de las voces
quedan los espejos, la voracidad, el abandono.
El triciclo del tiempo es la mirada de Dios,
el laberinto de Dios, su lenguaje.
La boca es el legado de Dios, el signo de Dios,
su estampa en el hombre.
El hombre es un signo abierto y claro,
denso bajo el agua,

parte de la prolongación.

IMPRESIONES ESTÉTICAS DESTARTALADAS.0 (Marina Abramović. “Ritmo 2”)

Sucede en el momento arriesgado. Es posible percibir un conjunto relacional completo. Un hombre agita sus linternas, otros empujan un automóvil, los tinacos circulares preparan la defensa. Sucede en la deriva. Piquete sobre córtex. Baja sensibilidad. Apunta al nervio. Tiembla la retina. La sustancia negra inicia el combate.

Se perciben instantes neutros contra los ojos. Demoran, suspenden, aglutinan los contornos de los cuadros móviles. No hay premeditación de los órganos remitidos a la inesperada visión. Habla la espesura:

cuerpos. Son notorias las ligaduras. Crujen, se separan, vuelven a juntarse.
Hechos de sal y palabras difíciles, forman parte del universo. Se leen.

Avanzan, continúan, se multiplican. Los dedos son árboles rojos. Otoño de uñas, pedazos de carne. Imposible afirmación la del desnudo. Indecible sensación la de los besos. Se resisten. Se detienen. Se palpan. Abiertos, heridos, musicales. Cuerpos, trozos de luz.