lunes, 24 de junio de 2013

SOBRE ANTÍGONA GONZÁLEZ


Muchas gracias a la Feria del libro de la UAM dedicada a los estudios sobre la mujer, a Sur+ y a Sara Uribe por la invitación  a presentar este libro que me ha marcado de forma rotunda. Mi idea en este texto es conversar con ustedes qué fue lo que me sucedió cuando leí Antígona González y, después, algunos rasgos advertidos en el texto y un posible vislumbre de lo que significa en nuestro contexto.
            Llegué a Antígona González, azarosamente, por una recomendación. Ya desde el título presentaba diversas dificultades, estaba signado por la “Antígona” de Sófocles y las diversas apropiaciones de dicha obra en Latinoamérica y el mundo; desde allí, me advertía que iba a ser un libro rebelde. Lo leí devorando para tratar de llegar a un final sin final y deteniendo todo pensamiento para escucharlo, dejarlo hablar, permitirle destrozarme. Cuando terminé, el mundo había cambiado, me topaba por primera vez con un personaje muy de nuestros días, tan cercano que casi  asusta; conmueve, atrapa, pero, a la vez, nos empuja y nos pone contra la pared. Los mejores textos para alguien que escribe literatura son aquellos que lo impulsan a escribir, que remueven su interior y dinamizan el pensamiento. Con Antígona González no tuve más remedio, me senté y escribí. Y lo que expulsé fue un texto sobre el libro, que lejos de ser un documento crítico  —una reseña más, justamente, como ésta— era un texto encarnado. Un texto en el que Antígona González se transfiguraba en mi propio rostro y me impulsaba a preguntarme por los nombres, la vida, la historia, en suma, ¿qué está pasando en nuestro país? Y ¿por qué es tan importante que no perdamos de vista el contexto que nos aqueja?
            En aquel texto pensaba en los nombres; en el mío, en el de esa Antígona González que, en realidad, somos todas las mujeres: mujeres que perdemos el cuerpo de aquellos a los que amamos y el propio; mujeres valientes y rebeldes que buscamos cómo enfrentar nuestro presente siempre desde la dificultad y desde leyes desfavorecedoras; mujeres madres, hijas, hermanas, que buscamos la justicia cuando se hiere a los nuestros. El libro de Sara Uribe me hizo pensar cuán poca atención ponemos en una palabra tan pequeña, tan ordinaria, tan insignificante como lo son nuestros nombres cuando en el día a día sólo forman parte de una credencial o son pronunciados en voz alta y con poca importancia en alguna fila. Y mi texto resultó un espacio vívido en el que también pensaba en el nombre de los muertos, de esos que leemos en los periódicos todos los días y que cada segundo pesan menos o en el de las mujeres que todavía buscan a sus hijos aún después de años de desaparición. Y la lectura resultó una conmoción que cimbró mi mundo, al ser quebrado con una pieza de arte que logra hacer coincidir dos aspectos que literariamente, tienden a separarse, sobre todo, en las teorías que privilegian la expresión y la literariedad: el material verbal y el contexto histórico. El ensayo del que les hablo, fruto de mi primera lectura de Antígona González, se puede encontrar en la revista digital Luzzeta (http://www.luzzeta.com/contenido.php?id=29). Ésa fue mi primera travesía; una lectura, si quiere, impresionista, como lo son casi todos los primeros acercamientos a un libro que nos transforma y quiebra nuestras convicciones anteriores.
            Después vinieron otras dudas; cuestiones referidas al “distanciamiento” que Bertolt Brecht exigía para la obra de arte, cuando ésta produce un alejamiento emocional para volcarnos en un universo en el que la idea y la decisión se vuelven engranajes centrales del texto. Son conocidas las objeciones a escribir literatura bajo las exigencias de un partido determinado, porque terminaríamos produciendo una obra panfletaria en caso de que la estética se subordine a un programa político; sin embargo, el desprendimiento de los escritores de una ideología determinada (y aquí sigo la definición más precaria del término, la ofrecida por Terry Eagleton en su estudio homónimo, cuando dice que la ideología es un “conjunto de ideas”), ha producido una literatura inserta en los modelos más acendrados de un mercado, cuyo valor principal consiste en una expresividad que privilegia el entretenimiento y la alienación. Muchos, por suerte no todos, de los escritores que se proponen insertarse en un mercado editorial igualmente voraz como lo son todos los mercados actualmente, terminan por producir textos sin ninguna ideología; textos adormecedores, ramplones y fácilmente traducibles, en los que el contexto es una mampara artificial en la que el lector se identifica de forma automática con un escenario y no con un vórtice en movimiento, siempre cambiante, cuestionable, caprichoso, que se modifica tanto como lo hace el ser humano con todas sus paradojas y contradicciones. De igual manera, muchos de estos libros carecen de un trabajo consistente con la lengua. Las dos acciones no pueden malentenderse: la cercanía con determinado contexto se refiere en parte a la creación de símbolos que consigan atravesar la historia y mantener ante ella una visión crítica; el trabajo consistente con la lengua, por su parte, no se refiere al empleo de determinada retórica, sino al cuidadoso andamiaje textual en el que la musicalidad, el ritmo, la creación de imágenes y el uso de recursos han sido minuciosamente reflexionados dentro de la propuesta estética particular a la que se suscriben. Lo que distingue a cada creación es el sello estilístico y profundamente personal con el que ambas cuestiones quedan saldadas en la obra. Anderson Imbert dice con respecto al ensayo literario que, dado que éste es un género proteico, diverso y a la vez íntimo: “no puede haber dos ensayistas que escriban igual”, pero la frase es también aplicable a todo libro dentro de un conjunto que pugna por plasmar una visión y un hacer determinados dentro de una reflexividad particular.
Antígona González por su cuenta, es un libro extraordinario porque con sencillez, un trabajo pertinente y hondo de la lengua y un diálogo muy concreto con una obra determinada de la antigüedad griega, logra presentar un texto visionario, crítico e íntimo con una propuesta estética peculiar que incluye una reflexividad en torno a un problema histórico, que trasciende la historia personal de un Yo específico, para apropiársela a través de un Él (en este caso un Ella: Antígona González). ¿Y qué sucede con aquel “distanciamiento” brechtiano? Que esa conmoción que nos produce el libro, la catarsis en sentido aristotélico, queda quebrada cuando terminamos de leer y nos sentimos completamente alejados y distanciados de una realidad que ya ha transitado de la emoción al ámbito de la idea. Nosotros, los que no estamos en medio de las balas, no hemos perdido a nuestros hijos o a nuestros hermanos, nos encontramos delante de un fenómeno que exige toda la atención y comprensión posibles; entendemos entonces que los que han perdido los nombres que leemos en los periódicos en el día a día, todas esas personas sin rostro tocadas por ese término tan común y tan incomprensible a un tiempo en nuestro país, deben ser meditadas y renombradas de algún modo. El problema que emocionalmente perdemos de vista en el instante en el que no estamos en él, nos incita a preguntar, porque es una realidad próxima, que estalla de pronto, cerca, más allá de nuestras emociones y nuestra empatía por los afectados directamente, nos exige un pensamiento, una idea, una nueva nomenclatura. Antígona González nos pone en jaque delante de un contexto del que es fundamental distanciarse para poder transformar nuestra visión indiferente.
Nuestras consciencias están cambiando imperceptiblemente. Y la literatura, lejos de adscribirse a determinada función es, más bien, uno de los intersticios por los que podemos mirar el mundo a través de otros parajes en los que resistimos los embates de la compleja, incomprensible y aplastante realidad histórica. Hay que decirlo, la concepción de muerte que comienza a insertarse en nuestra definición del ser humano, no es una muerte “natural”, aquella que debemos entender para disfrutar la vida cada segundo ni aquella que aislamos, ingenuamente, en hospitales o asilos como decía Walter Benjamin al pensar la guerra en “El narrador”. No, la muerte que nos anda rondando es un monstruo de mil cabezas, de asesinatos y desaparecidos, de fosas y criminalidad; ésa es la muerte que estamos viviendo en México: el narcotráfico con sus mantas y mensajes siniestros, que cada día es más difícil nombrar, de sicarios o máquinas asesinas, de gritos y dolor, de impotencia e impunidad, de corrupción e indiferencia.
No hay “responsabilidad” en el sujeto que crea al modo sartreano; las vanguardias artísticas nos hicieron comprenderlo; no tiene porqué existir una militancia específica en el creador si no nace en él de manera genuina y por su propia historia personal, pero sí puede existir otra mirada, otra visión, otra conmoción y otra sensibilidad; distinta, no a la de sus contemporáneos, civiles e iguales en el mismo sendero histórico, pero sí distanciada de los discursos dominantes, uniformadores, alienados, en los que se privilegian  determinados valores escondidos en los pliegues de todos los productos que nos rodean en el sistema político en el que vivimos. Un libro no salva el mundo, pero un libro sí puede ofrecer otros parajes de comprensión del mismo.
            Lo anterior no es, por supuesto, lo único que se puede decir de Antígona González. Es importante describir el cómo, la retórica que el libro sustenta. Y quizás uno de sus grandes aciertos sea colocarnos frente al problema de los géneros;  sostenerse como un libro que es profundamente orgánico en la forma en la que halló su expresividad. ¿Qué es Antígona González? ¿Un poema largo, un cuento, una novela, una obra de teatro? Es un libro que rompe con los cánones genéricos y que nos obliga a pensar que, efectivamente, tal y como lo afirma Todorov, los géneros literarios no se destruyen, sino únicamente se transforman. El texto requirió ser contado de esta forma, su motivación no es  caprichosa, obedece a las voces textuales que necesitaban confabularse de esta manera única. La organicidad textual consiste, precisamente, en que no vemos, de manera explícita, esos hilos que sostienen la construcción textual y la apropiación e intertextualidad aparecen ante el lector como un tejido estructurado y sencillo. Es así, un libro compacto, cerrado, que retoma de su texto padre (la “Antígona” de Sófocles), lo básico, sin que le sobre o falte nada y con ello nos ofrece fragmentos precisos, claros, hermosamente trabajados, con imágenes que nos nadarán en la mente bastante tiempo. Aquí, una muestra:

Un vaso roto. Algo que ya no está, que no existe.
Que se halla en paradero ignorado, sin que se sepa  si
vive. Sin que se sepa.

Yo me quedé pensando en el verbo desaparecer. Ellos
dijeron: Tadeo no aparece y yo pensé en el mago
que iba a nuestra primaria. En Tadeo tras la celosía
mirando a hurtadillas porque a nuestra madre no le
alcanzaba para darnos los cinco pesos de la función.
Desaparecer siempre fue para mí un acto de prestidigi-
tadores. Alguien desaparecía algo y luego lo volvía a aparecer.

Un acto simple.  
(p. 18)

No, Tadeo, yo no he nacido para compartir el odio.
Yo lo que deseo es lo imposible: que pare ya la gue-
rra, que construyamos juntos, cada quien desde su
sitio, formas dignas de vivir, y que los corruptos, los
que nos venden, los que nos han vendido siempre al
mejor postor, pudieran estar en mis zapatos, en los
zapatos de todas sus víctimas aunque fuera unos se-
gundos. Tal vez así entenderían. Tal vez así harían lo
que estuviera en sus manos para que no hubiera más
víctimas. Tal vez así sabrían por qué no descansaré
hasta recuperar tu cuerpo.
(p. 59)

¿Qué cosa es el cuerpo cuando alguien lo desprovee
de nombre, de historia, de apellido? Que era una
probabilidad. Cuando no hay faz ni rastro ni hue-
lla ni señales. Que los iban a traer aquí. ¿Qué cosa
es el cuerpo cuando está perdido?
(p. 68)


          Podría continuar reflexionando sobre más problemas en torno a Antígona González y ofrecer un análisis más minucioso de sus diversos elementos porque el libro no se agota. Esto también le toca a los otros lectores; lectores que ya no se conforman con la conmoción descrita de determinada realidad, sino que irán en busca de las ideas que puedan darnos pistas sobre cómo comprender y combatir el panorama histórico en el que vivimos, para transmitirlo a los otros, para generar un mundo que plantee otras decisiones vitales con las que podamos subsistir empujando la criminalidad, los asesinatos y la descomposición social que nos rodea en la que se desdibuja, continuamente, la figura del otro para suplantarla por la rapacidad y el exterminio. Sé que el libro continuará planteando dudas sobre el quehacer creativo y sobre las relaciones de la literatura con su contexto. Es un libro joven, fuerte, conciso; es la muestra de que estamos despiertos y que todavía se respira una literatura de resistencia. Antígona González soy yo y también tú.



miércoles, 12 de junio de 2013

Poemas gatunos

*
Los gatos se retuercen
UNOS CONTRA OTROS,
Se apiñan en el basurero
SOBRE SUS ESQUELETOS.
*
Gato King OTEA el horizonte con sus pupilas ciegas,
lo abordo, lo tomo entre las manos,
pero quiere la LIBERTAD Y sumirse en el PELIGRO

imaginario de la casa.
*
La melancolía de Gato King es un rasguño en mi brazo derecho.
Observa con ojos precisos
la esperanza sepultada y el invierno por venir.
NO VENDRÁ NADA.
Gato King conoce a los enemigos del riesgo.
Su deseo es peligroso. 
Desespera porque ha reducido
la paciencia a los días y sólo aguarda la oportunidad del salto.
Gato King amaga de impaciencia sus bigotes neutros
y espera, en la inmovilidad, el puro movimiento.
                                                               We should stay in the roof, watching…

*
Gato King asume su deseo.
Ocupa su lugar en el TRONO DE LOS VENCIDOS,
Usurpa el poder del Gato Mayor que ya era viejo
y hace de su habla una ESCRITURA INVISIBLE 
consagrada al silencio.
 *
 La noche nos DESPERTARÁ, Gato King,
de este amargo sueño.
*
Gato King, heroico, concibe sus últimas astucias. 
La casa azul respira tranquila con todos sus filos.
Hay azucenas y lirios en el parque de enfrente y los gatos apuestan
EL PORTENTOSO FRACASO DEL SIGLO.
Afilarán su misterio cansados de esperar en la barda roja
                      SITIADOS.
Tendrán otro rey, otra espera, otro vacío.
Gato King inunda de mirada
los huecos del cielo profundamente azul
EN TORNO A LA RECUPERACIÓN Y AL DESAFÍO.
Salta hacia la reja.
Estira todo su cuerpo y vuela.
Se quemarán sus restos como los de los cuervos,
se quemará su sombra contra todos sus muertos. 
Despierta,
               despierta,
               Gato King, de este amargo sueño.


Publicados en "El exilio de los gatos" del libro Contramundos en 2009.
Versión modificada.
(*Se supone que lo escrito con mayúsculas 
configura un discurso independiente en cada poema)

*Folie en cuaderno rojo.