domingo, 25 de febrero de 2018

Objetos inasibles: 'Black Panther' y la lógica democrática del asistencialismo

Las películas de acción están destinadas a configurar no solo un reflejo oculto del presente social, sino una multiplicidad de proyecciones sobre el futuro deber ser. Repletas de los clichés que convencen por melodrama a las masas, ofrecen entramados que resultan una síntesis absolutamente precisa de las emociones de nuestra época en un limitado registro tonal. Las transiciones sensoriales son evidentes: los hilos del humor cuando el dramatismo roza la cursilería, el coqueteo sexual cuando se develará la futura acción del personaje, el momento dulce después de una larga secuencia de acción. El cine como espacio de fuga y no de atención cognitiva entraña un peligro: la anulación completa de la consciencia crítica. Los espectadores observan, atienden, pero no degluten, no hay un ejercicio de interpretación. Hoy, más que nunca, es necesaria una hermenéutica analógica que, al decir de Mauricio Beuchot, capte la naturaleza humana a pesar de todas sus máscaras.
Y es que, pese a la aparente neutralización de los discursos sumergidos en la compleja red de sentidos enrevesados y ocultos en los productos de masas, hay una evidente orientación política que late a la espera de una reflexión imposible. Imposible porque el atarantado público no la realizará, tan cómodo como se encuentra en la postración de su butaca, deglutiendo el insano queso amarillo de las artificiosas tostadas saladas e hipertensas que cada fin de semana ingiere para olvidar la vida de rutinas, encierros y deudas sin fin.

Felices corremos al encuentro de un objeto que transforma el valor de cambio mercantil por la sumisa aceptación de un producto engañoso e intangible que nos entrega algo casi monstruoso (una identidad, la seguridad de ser, el conformismo de que todo continuará en orden mientras consumamos esos objetos inasibles sin cuestionarlos). El objeto inasible sirve como anclaje; arraigo del ser perdido en un horizonte de dudas e incertidumbres. Al endeble y quebradizo destino económico personal le oponemos el consuelo del "bonachón" y esperanzado futuro en los héroes que heredarán la corona política por haber luchado cruentamente por ella (Black Panther) y nos sometemos a los designios de esa nueva "democracia" siempre ganada con sangre y en la cual nunca opinamos ni decidimos pero en la que se nos consuela con el afán proteccionista de un gobierno al cuidado de sus súbditos. 


Lo que sucede con la película Black Panther (Marvel Comics, Ryan Coogler, 2018) es magistral, pues engaña con numerosos elementos carismáticos a su espectador; un espectador encariñado con las aparentes inversiones ideológicas pero que, al final, es timado por un programa de acción político explícito. La empatía que generamos con los héroes, incluso la lógica de rechazo con los anti-héroes, reconfigura una y otra vez un sistema de valores cuya estructura no es demasiado móvil pero que, desde el objeto inasible, crea valores nuevos para las masas. Por ejemplo, en esta película, el principio de la caridad es retomado como un valor secular y ancestral al mismo tiempo y nos indica que los héroes no deben ensañarse con los enemigos y problematiza de esta forma, el principio de la venganza democráticamente desviado hacia la ley, pero nunca reafirmado por los héroes: los héroes son incapaces de vengarse porque están situados en el filo del principio democrático ineludible que está regido por la justicia: la justicia del pueblo, no la de un solo hombre. Considero que en los libros de René Girard se puede profundizar en este problema que implica el desvío del principio de la venganza en los estados democráticos transferidos al aparato de la justicia (abstracta, global, etc.). El anti-héroe, por su parte, juega con los anti-valores, pero a diferencia de los del héroe, estos no son ancestrales sino que se generan en cada película nueva, en el caso de Black Panther ese valor creado va contra la revolución, contra la rebelión de los marginados. 


En lo anterior se cifra el sentido profundo de esta película. Su mensaje es obvio: el rey se aboca a la defensa de su pueblo republicano, privilegiado, escondido en su país enriquecido de vibranium —esa tecnología soberbia que puede curar las más mortíferas heridas y generar los más potentes elementos de guerra—, y al mismo tiempo, tiene que salir al mundo a ofrecer un poco de esa riqueza a los desheredados, a los marginales que representan a los bastardos de la casa. En vez de ofrecerles la lucha y la rebelión como posibilidades verdaderas de transformación de los órdenes sociales destinados ya al inmovilismo, hay que oprimirlos con el guante blanco. La lucha es peligrosa para la conservación del mundo; así que lo mejor es regalarles un par de instituciones que los ayuden a sobrellevar su pobreza. 


Black Panther reemplaza así, el impulso de la revolución por las políticas asistencialistas del post-capitalismo, que adormecen la consciencia activa y transformadora social y la intercambian por la lógica de la caridad de los acaudalados. Todo eso son, desde luego, objetos inasibles, pues las masas, tan crecidas como están, rara vez se benefician total y radicalmente de esos bienes intangibles que las buenas consciencias les regalan. Pero, al menos en el cine, creamos la ilusión del enternecimiento y la risa y se nos ofrece la esperanza mínima de un progreso inalcanzable que nuestros regidores "sabiamente", dosifican, para el bien común.