En la tarde de domingo vuelvo al cementerio viejo de Maceió
donde mis muertos no acaban nunca de morirse
de sus muertes tuberculosas y cancerígenas
que atraviesan el olor a salitre y las constelaciones
con sus toses y gemidos e imprecaciones
y esputos oscuros
y en silencio les instigo a volver a esta vida
en la que vivían lentamente desde la infancia
con la amargura de los días largos pegada a sus existencias
monótonas
y el miedo de morir de quienes asisten a la puesta de sol
mientras, tras la lluvia, las hormigas voladoras se dejan caer
en el suelo maternal de Alagoas incapaces de volar más.
Les digo a mis muertos: Levántense a este día inacabado
que los necesita, que necesita su tos persistente y sus
gestos de enfado
y sus pasos en las retorcidas calles de Maceió. Vuelvan a los
sueños insípidos
y a las ventanas abiertas sobre el bochorno.
En la tarde de domingo, entre los mausoleos
que parecen suspendidos por el viento
en el aire azul
el silencio de los muertos me dice que no volverán nunca.
De nada sirve llamarles. En el lugar en el que están no existe el retorno.
Tan sólo nombres en lápidas. Tan sólo nombres. Y el ruido del mar.
Lêdo Ivo. Rumor nocturno.