viernes, 30 de diciembre de 2011

Notas sobre La caída de los dioses de Luchino Visconti



La caída de los dioses es una película de 1969 del neorrealismo italiano. Relata los conflictos de poder en una familia aristócrata fabricante de acero en la Alemania nazi. Es una película trágica en el mismo sentido de las tragedias griegas: el hombre no tiene total control sobre el destino que le espera y se precipita en él como si no lo produjera él mismo sino un dios terrible. Es una película intensa que explora un mosaico de temas históricos y a la vez profundamente humanos, pero más allá de la anécdota, hay una serie de pequeñas genialidades estilísticas: el primer plano de un rostro femenino en un claroscuro perfecto, unos ojos azules sin rostro brillando an una oscuridad casi completa, manos revueltas sumergidas en estados nerviosos y delirantes. Universo de detalles y pequeños regocijos para la mirada; la verosimilitud construida a partir de momentos insignificantes y encadenamientos subrepticios. Como en toda obra de arte, La caída de los dioses nos incita a preguntarnos por los medios con los que se logra esa complicidad extraña entre el espectador y la pieza artística. Hace poco terminé una reseña sobre una novela mexicana sobre el caciquismo; ésta no me dejó propiamente impávida, quizá porque estaba construida con tipos y no con verdaderas intimidades; los personajes planos navegaban en el lugar común: todos eran o muy buenos o muy malos y cabían en su perfecto molde como gelatinas o galletas. Estuve pensando qué es lo que hace que exista, en cambio, una afinidad, una simpatía con lo que se lee o se contempla y, precisamente concluí que el arte es un espacio repleto de inseguridades, de frases ambiguas, de caracteres imprecisos y caprichosos, de personalidades volubles en suma; paraíso quemante de sentido más allá de la eficacia con la que intentamos dar en el blanco al hablar. En el arte, en cambio, la artificiosidad se construye sobre una nube: está hecha de detalles inciertos y no de convicciones. En La caída de los dioses no nos imbricamos con la historia propiamente, sino con cómo ésta hace volcarse a los personajes adentro de catástrofes personales muy precisas y completamente empáticas con todo tiempo y toda historia. La construcción de la trama (que no es la anécdota sino precisamente cómo se dice la misma) y, por consiguiente, el logro de la verosimilitud, tiene más que ver con cuánto conseguimos que un espectador coincida en términos tonales con determinada pieza que con una supuesta “eficacia” propia, más bien, de la comunicación ordinaria. De ahí que en el realismo no podamos buscar cuánto de una supuesta realidad se plasma a través de una composición determinada; es un lugar común pero no hay que dejar de repetirlo: no hay realidad en una obra de arte, es ésta una categoría completamente ajena al universo del arte. La recreación de la misma tiene que ver con procedimientos muy específicos que pueden leerse y contemplarse; de ahí que el tiempo en el cine sea plasmado a través de fotogramas y no tenga relación alguna con el tiempo cronológico en el que vivimos. Por eso la importancia de la minucia; pequeñas crisis plasmadas en breves y significativos detalles, aquellos que nos ofrecen la verdadera impresión de estar ante otro.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Fragmentos de El libro del frío de Antonio Gamoneda

(Leí El libro del frío de Antonio Gamoneda en una tierra lejana. Estaba aguardando los deshielos de la época, buscando el reloj descompuesto o quizá, sólo paseaba sobre mí para llegar a ningún lado. Lo leí una noche entera. Después volví a leerlo varias veces. Estaba en mi maleta y se afanaba en sus traslados; mutaba como un interior que se infla de sensaciones. Tiempo después fui a una lectura de Gamoneda aquí en México, me hubiera gustado preguntarle cómo dejamos que el dolor y el tiempo hablen a través de la escritura. Pero sé que me hubiera contestado con silencio, así que decidí callar. Miré a distancia a Gamoneda, a su esposa amable y dulce. Es un hombre sencillo, me dije. Después me fui sin decirle hola. Aquella tarde, de vuelta a casa, ya sólo pensaba que El libro del frío se halla separado de todo cuerpo y que la bondad y candidez de su progenitor se expresa en la miel negra de un invierno que cada año se repite a la manera de las campanas que citan a una comunión religiosa que cimbrará nuestro destino. Así que cada invierno lo leo y a veces cuando busco el transcurrir del cuerpo encima del tiempo, del dolor, de la añoranza, lo abro azarosamente y me deslizo sobre la nieve de un interior que corroe. Algunos fragmentos aquí...)   

*

El mirlo en la incandescencia de tus labios se extingue.

Yo siento en ti grandes heridas y te desnudas en mis fuentes.

Se extiende el mirlo en las alcobas blancas donde soy ciego,
donde algunas veces, suenan en ti grandes campanas.

*

Busco tu piel inconfesable, tu piel ungida por la tristeza de las
serpientes; distingo tus asuntos invisibles, el rastro frío del corazón.

Hubiera visto tu cinta ensangrentada, tu llanto entre cristales
y no tu llaga amarilla,

pero mi sueño vive debajo de tus párpados.

*

Ha venido tu lengua; está en mi boca

como una fruta en la melancolía.

Ten piedad en mi boca: liba, lame,

amor mío, la sombra.

*

Eres como la flor de los agonizantes

que es invisible mas su aroma entra

en la sombra nasal y es la delicia,

todo en la vida, durante algún tiempo.

*

Existe el mar en las ciudades blancas,

coágulos en el aire dulcemente sangriento,

sábanas en la serenidad.

Existen los perfumes inguinales, lenguas en las heridas femeninas

y el corazón está cansado.

Entra con tus campanas en mi casa, pastora ciega, sin embargo,

como si no tuviera la dulzura su fin aún en las ciudades blancas. 

sábado, 19 de noviembre de 2011

LECTURA EN BELLAS ARTES

ESTE MIÉRCOLES 23 DE NOVIEMBRE EN LA SALA ADAMO BOARI EN BELLAS ARTES A LAS 19 HRS. PARTICIPAREMOS EN LECTURA:

AURA PENÉLOPE CÓRDOVA
JULIETA GAMBOA E
INGRID SOLANA

¡NO SE LO PIERDAN!

PALACIO DE BELLAS ARTES

Sala Adamo Boari. Avenida Juárez y Eje Central Lázaro Cárdenas,
Centro Histórico (Metro Bellas Artes) Tel. 55 12 25 93.
Entrada libre

viernes, 4 de noviembre de 2011

El ruido del mar/ Lêdo Ivo

En la tarde de domingo vuelvo al cementerio viejo de Maceió
donde mis muertos no acaban nunca de morirse
de sus muertes tuberculosas y cancerígenas
que atraviesan el olor a salitre y las constelaciones
con sus toses y gemidos e imprecaciones
y esputos oscuros
y en silencio les instigo a volver a esta vida
en la que vivían lentamente desde la infancia
con la amargura de los días largos pegada a sus existencias
  monótonas
y el miedo de morir de quienes asisten a la puesta de sol
mientras, tras la lluvia, las hormigas voladoras se dejan caer
en el suelo maternal de Alagoas incapaces de volar más.
Les digo a mis muertos: Levántense a este día inacabado
que los necesita, que necesita su tos persistente y sus
gestos de enfado
y sus pasos en las retorcidas calles de Maceió. Vuelvan a los
  sueños insípidos
y a las ventanas abiertas sobre el bochorno.
En la tarde de domingo, entre los mausoleos
que parecen suspendidos por el viento
en el aire azul
el silencio de los muertos me dice que no volverán nunca.
De nada sirve llamarles. En el lugar en el que están no existe el retorno.
Tan sólo nombres en lápidas. Tan sólo nombres. Y el ruido del mar.


Lêdo Ivo. Rumor nocturno.

sábado, 15 de octubre de 2011

Minificciones. (Vers. 0)

La tristeza se va como se van todas las cosas. Uno despierta un día y ya volvió a ser el rabioso de antes, pero un poquito distinto. Ahora los párpados pesan más. Pasó un tren y nos ensordeció. Dejó su tatuaje en las vías del tiempo. Los hombres hablan o quizá tan sólo murmuran y están en la fiesta eterna mientras deseamos que alguien nos tome de la mano y nos acompañe durante el camino. Pero quizá no habrá nadie allí y al final parece que da igual.

Emprendemos viajes de los que simplemente ya no regresamos. Nos queda la nata de nuestro pensamiento que articula lo que creemos nuestra más íntima pertenencia: la maletita de los recuerdos. Pero hasta eso se  escapa y con el tiempo, comenzamos a modificar a nuestro antojo esa relojería delirante y a prefabricar un presente siempre falso y un tanto hipócrita.

El otro día me comía una nieve que me transportó a mi infancia en Oaxaca; al mismo tiempo escuchaba canciones populares que también traían las resonancias del pasado cada día agigantado por la edad. Y entonces pensé que la tristeza, esa materia que resbala de nosotros involuntariamente compitiendo con el sudor del frío, es tan escurridiza como una nieve de tuna roja. Menos mal que algunos dejamos que permanezca un rato dentro de nosotros para que cuando se vaya, no regrese pronto. Y sentada allí, oyendo al trío aquel, sentí la sangre recorriendo los ductos. Qué ganas me dieron de tomarte de la mano entonces y de escuchar solamente tu mirada sencilla.

jueves, 18 de agosto de 2011

Los griegos, nuestros amigos

Nada más fascinante que las tragedias griegas, en ellas vemos a un pueblo extraordinariamente dotado para el sufrimiento, según Nietzsche. En Ayax, es posible percibir la heroicidad, la justicia, la mesura; todos esos valores que hoy hemos desacostumbrado. Uno de los pasajes más excitantes de esta tragedia sobreviene cuando Agamenón impide enterrar el cuerpo de Ayax, tal y como sucede en Antígona; Teucro, hermano del guerrero enloquecido, se aferra a honrar el cuerpo enterrándolo debidamente. Después de una larga y emocionante disputa llega Ulises, el gran enemigo de Ayax y abogando por la honra de éste le dice majestuosamente a Agamenon para defender el entierro: "¡Fue mi enemigo, pero era un valiente!". Pues nuestros enemigos, para serlo, tienen que ser valerosos. No están en una posición de inferioridad con respecto a nosotros sino en una de igualdad. Sin embargo, un hombre valeroso nunca denigra aquello que es su par, sino que actúa con justicia respecto a éste. Ésta es, sin duda, la gran lección de Ulises. Un enemigo mezquino, que se esconde y hace fechorías a la espalda, no es digno de ser tal, por eso siempre es mejor tomar por amigos y por enemigos a aquellos que nos responderán dignamente; los contrarios a esta actitud sólo se merecen la indiferencia. 


Una nota más: siempre es muy bueno leer la literatura contemporánea pero es sumamente enriquecedor leerla en paralelo con la literatura clásica. Hay mucha literatura contemporánea que quizá simplemente no persista por su factura deficiente o por sus fines meramente comerciales. La literatura clásica, en cambio, nos seguirá hablando muchísimo tiempo, nos abre el mundo, nos permite transformarnos y salir despojados de nuestras convicciones anteriores. Leer una tragedia griega es igual de emocionante que ver en televisión cualquier programa de suspenso. Contemplar una buena obra de arte contemporáneo equivale a esa misma apertura de mundo que nos ofrece la literatura clásica. Habría que desarrollar un sentido crítico para empezar a distinguir la buena y la mala literatura por nosotros mismos; siempre es mejor formarse un criterio propio que no esté contaminado por lo que los medios de comunicación nos intentan imputar o vender. Los griegos son un gran comienzo, sobre todo, porque nos mantienen despiertos y alertas ante lo que sucede en el enrarecido exterior.   

viernes, 29 de julio de 2011

.0 Rabiosa

1. Nada más aburrido que las personas que nunca se equivocan.
2.Al que no le guste mi arte, que se muera. (De P.K.)
3. Es la generalidad: nada garantiza la perdurabilidad de un escritor: ni su fama en vida ni todos los esfuerzos puestos en ser reconocido (quizá esto particularmente esté profundamente alejado del escribir y sin embargo, impera entre los deseos mezquinos y mundanos de un artista). Habría que meditar, no obstante, en el caso de Alfonso Reyes: un escritor medido, disperso, amado por todos sí, pero sin esa obra genial, al modo de Borges. Y por consiguiente, un escritor que no alcanzó a perdurar, por más que se le reconocía en el rancho y se le amaba (Hugo Hiriart).
4. A veces hay retornar al texto agreste, que suele ser el texto genial, en vez del texto ordenado, cansado y, por tanto, aburrido.
5. Uno se devana los sesos tratando de explicar qué es escribir y por qué se hace, cuando esas respuestas resistirán en su opacidad mientras exista lo literario.
6. Es un hecho: lo de hoy es la escritura fragmentaria. Fragmentos por aquí, fragmentos por allá: nadie se encuentra exento de ellos, son la plaga. Es una lástima que a menudo se omitan sus orígenes que, en realidad, son bastante viejos; desde los presocráticos si somos quisquillosos, y luego, en el romanticismo hasta la náusea. Pero allí, quizá, válidos porque había un cortinaje filosófico importante que tal vez no se deba ignorar. (Schlegel.)
7. "Literatura original": patrañas. Sobre todo, si se medita en la antiguedad grecolatina. Quizá la originalidad fue un principio para las vanguardias, pero sólo por razones contextuales. También habría que pensar que las vanguardias ya son un canon. ¿Entonces?
8. Toda obra permite ver, en su andamiaje estructural, la pregunta sobre sí misma, sus leyes compositivas, su arquitectura, de ahí que podamos distinguir entre una obra literaria y un discurso de otro orden. Siempre es el texto quien nos ofrece las leyes que caracterizan nuestro entendimiento sobre el mismo. Por consiguiente, es una perogrullada afirmar que una obra literaria se cuestiona por lo que ella misma es y cómo se ha elaborado. Ello sólo vale, quizá, para esos casos explícitos en los que la obra cuestiona por el escribir en sí, como el Diario de Kafka. Así, todo cuento, implícitamente, cuestiona su propia ley, así como toda novela reflexiona sobre su propia constitución. El discurso ingenuo tiene la gracia de un animalito revolcándose en el lodo.
9. El crítico literario no hace una obra subordinada a la que estudia, sino una obra autónoma, creativa y, por tanto, artística, que es por sí misma y se sostiene como tal, sin necesidad de la obra que aparentemente la sustenta. Quizá persista todavía un modo de hacer crítica semejante al siglo XIX, muy a lo Sainte-Beuve, pero eso es ya otro asunto que no se relaciona en absoluto con la crítica literaria y estética del siglo XX.
10. La literatura no equivale a un autor, es decir, a un cuerpo. Lamentablemente, esto ha sido muy mal comprendido o quizá ni siquiera ha sido reflexionado o peor aún, tal vez se desconoce. Sin embargo, la historia de la literatura siempre cargará, desde que esa sentencia fue pronunciada, con esa llaga en el tronco que sangra.

martes, 12 de julio de 2011

Sobre Transversa de Gema Santamaría


Transversa. Limón Partido. México, 2010




[...]
La voz de Santamaría es la de las fracturas; el relato de la fisura que produce reencontrarse con una identidad de antemano, perdida. El interior y el exterior están hechos de una voz melancólica, no a la manera del romanticismo, sino compuesta de esa misma tonalidad que recorre las obras de los jóvenes cosmopolitas en la literatura mexicana actual. El tono de Gema, por ello, se inserta en una tradición en la que las ciudades, el anonimato, las diferencias sociales y sexuales, tienen una preeminencia de la que tanto los poetas como los ensayistas citadinos, echan mano.

[...]
Leer Transversa implica sumergirse en un universo de imágenes orientadas a los ovillos, a los gatos enroscados, a las pelusas; Gema crea todo un imaginario para signar el calor y el frío, la desazón amorosa, el amor por la nostalgia, la fuerza que empuja a exiliarse. Detrás de todas estas imágenes yace la figura de una niña, fuerte y asombrada, que se cobija en el invierno, con su manta favorita que son los recuerdos de su infancia. Es éste, quizá, uno de los puntos de comunión entre mi trabajo y el de ella, allí donde toda construcción del lenguaje busca los primeros balbuceos de un paraíso perdido hacia el cual ya sólo queda la nostalgia.

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Me gusta pensar en la poesía de Gema como un universo en movimiento; son claros los saltos estilísticos de Antídoto para una mujer trágica hasta Tranversa, y más allá de esto, la voz poética se encuentra más afianzada, más confiada y nos toca a los lectores con su sinceridad y su fuerza.

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También el libro suscita una serie de diálogos con otras artes, están en él presentes, las alusiones a la fotografía e incluso al cine, ya que muchos poemas semejan las secuencias de un largometraje. Asimismo, es innegable la tradición lírica española, donde la presencia de Chantal Maillard y García Lorca ejercen su influjo a manera de ecos invisibles.

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Disfrute leyendo Transversa no sólo por la amistad que me une a la autora, sino porque es un libro, una muestra más de su talento, un viaje, en suma, compuesto de múltiples viajes, que nos harán sumergirnos en ese viaje alrededor de la habitación, donde nos buscamos y sólo encontramos los ecos del pasado.

domingo, 10 de julio de 2011

Transversa

Este martes 12 de julio del 2011 se presenta el libro Transversa de la poeta nicaragüense Gema Santamaría con los comentarios de Balam Rodrigo y yo. La cita es a las 7 en La Casa del Poeta Ramón López Velarde.  Av. Álvaro Obregón #73 (entre Córdoba y Mérida). Colonia Roma. D.F. 
Ojalá puedan asistir.  

domingo, 29 de mayo de 2011

La pentalogía autobiográfica de Thomas Bernhard dice:

Somos procreados, pero no educados, con todo su embrutecimiento, nuestros procreadores, después de habernos procreado, actúan contra nosotros, con toda la torpeza destructora del ser humano, y lo arruinan todo, ya en los tres primeros años de su vida, en ese nuevo ser, del que no saben nada, sólo, si es que lo saben, que lo han hecho aturdida e irresponsablemente, y no saben que, con ello, han cometido el mayor de los crímenes. Con una ignorancia y vileza completas, nuestros progenitores, y por tanto nuestros padres, nos han echado al mundo y, una vez que estamos ahí, no pueden con nosotros, todos sus intentos de poder con nosotros fracasan, pronto renuncian, pero demasiado tarde, siempre sólo en el instante en que hace tiempo nos han destruido, porque en los tres primeros años de vida, los años de vida decisivos, de los que, sin embargo, nuestros progenitores como padres no saben nada, no quieren saber nada, no pueden saber nada, porque durante siglos se ha hecho siempre todo en favor de esa ignorancia, nos han destruido y aniquilado siempre para toda la vida, y la verdad es que, en el mundo, nos encontramos con seres destruidos y aniquilados, y destruidos y aniquilados para toda la vida…
(El origen. p. 66)

jueves, 19 de mayo de 2011

Sobre la envidia

FRAGMENTOS DE EL HOMBRE MEDIOCRE DE JOSÉ INGENIEROS
(Del capítulo destinado a la envidia. Se encuentra completo aquí: http://www.laotrarevista.com/2011/05/la-envidia-jose-ingenieros/.
La envidia es el más bajo y repugnante de los vicios pues como bien indica este texto, la prosperidad ajena no hace daño.)


CITAS:

La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad.

[...]

Entre las malas pasiones ninguna la aventaja. Plutarco decía  —y lo repite La Rochefoucauld— que existen almas corrompidas hasta jactarse de vicios infames; pero ninguna ha tenido el coraje de confesarse envidiosa. Reconocer la propia envidia implicaría, a la vez, declararse inferior al envidiado; trátase de pasión tan abominable, y tan universalmente detestada, que avergüenza al más impúdico y se hace lo indecible por ocultarla.

[...]

Los espíritus alicortos son malévolos; los grandes ingenios son admirativos. Éstos saben que los dones naturales no se transmutan en talento o en genio sin un esfuerzo, que es la medida de su mérito. Saben que cada paso hacia la gloria ha costado trabajos y vigilias, meditaciones hondas, tanteos sin fin, consagración tenaz, a ese pintor, a ese poeta, a ese filósofo, a ese sabio; y comprenden que ellos han consumido acaso su organismo, envejeciendo prematuramente: y la biografía de los grandes hombres les enseña que muchos renunciaron al reposo o al pan, sacrificando el uno y el otro a ganar tiempo para meditar o a comprar un libro para iluminar sus meditaciones. Esa conciencia de lo que el mérito importa, lo hace respetar. El envidioso, que lo ignora, ve el resultado a que otros llegan y él no, sin sospechar de cuántas espinas está sembrado el camino de la gloria.

Todo escritor mediocre es candidato a criticastro. La incapacidad de crear le empuja a destruir. Su falta de inspiración le induce a rumiar el talento ajeno, empañándolo con especiosidades que denuncian su irreparable ultimidad.

Los altos ingenios son ecuánimes para criticar a sus iguales, como si reconocieran en ellos una consanguinidad en línea directa; en el émulo no ven nunca un rival. Los grandes críticos son óptimos autores que escriben sobre temas propuestos por otros, como los versificadores con pie forzado;. la obra ajena es una ocasión para exhibir las ideas propias. El verdadero crítico enriquece las obras que estudia y en todo lo que toca deja un rastro de su personalidad.

Los criticastros son, de instinto, enemigos de la obra: desean achicarla por la simple razón de que ellos no la han escrito. Ni sabrían escribirla cuando el criticado les contestara: hazla mejor. Tienen la manos trabadas por la cinta métrica; su afán de medir a los demás responde al sueño de rebajarlos hasta su propia medida. Son, por definición, prestamistas, parásitos, viven de lo ajeno, pues se limitan a barajar con mano aviesa lo mismo que han aprendido en el libro que desacreditan. Cuando un gran escritor es erudito se lo reprochan como una falta de originalidad; si no lo es, se apresuran a culparlo de ignorancia. Si emplea un razonamiento que usaron otros, le llaman plagiario, aunque señale las fuentes de su sabiduría; si omite señalarlas, por harto vulgares, lo acusan de improbidad. En todo encuentran motivo para maldecir y envidiar, revelando su interna angustia. Lo que les hace sufrir, en suma, es que otros sean admirados y ellos no.

[...]


El odio que injuria y ofende es temible; la envidia que calla y conspira es repugnante.

[...]

El odio puede hervir en los grandes corazones; puede ser justo y santo; lo es muchas veces, cuando quiere borrar la tiranía, la infamia, la indignidad. La envidia es de corazones pequeños. La conciencia del propio mérito suprime toda menguada villanía; el hombre que se siente superior no puede envidiar, ni envidia nunca el loco feliz que vive con delirio de las grandezas. Su odio está de pie y ataca de frente.

[...]

A pesar de sus temperamentos heterogéneos, el destino suele agrupar a los envidiosos en camarillas o en círculos, sirviéndoles de argamasa el común sufrimiento por la dicha ajena. Allí desahogan su pena íntima difamando a los envidiados y vertiendo toda su hiel como un homenaje a la superioridad del talento que los humilla. Son capaces de envidiar a los grandes muertos, como si los detestaran personalmente. Hay quien envidia a Sócrates y quién a Napoleón, creyendo igualarse a ellos rebajándolos; para eso endiosarán a un Brunetiére o un Boulanger. Pero esos placeres malignos poco amenguan su desventura, que está en sufrir de toda felicidad y en martirizarse de toda gloria. Rubens lo presintió al pintar la envidia, en un cuadro de la Galería Medicea, sufriendo entre la pompa luminosa de la inolvidable regencia.

[...]

El envidioso es la única víctima de su propio veneno; la envidia le devora como el cáncer a la víscera; le ahoga como la hiedra a la encina. Por eso Poussin, en una tela admirable, pintó a este monstruo mordiéndose los brazos y sacudiendo la cabellera de serpientes que le amenazan sin cesar.

lunes, 16 de mayo de 2011

Ante el dolor de los demás

Foto: Roger Fenton


El libro Ante el dolor de los demás de Susan Sontag analiza el sistema de las imágenes del horror (las de la guerra) dentro de nuestras sociedades; el problema es abordado desde las guerras mudiales, la de Vietnam y los conflictos en Oriente que tiñen los diversos ámbitos de la comunicación, el análisis de Sontag es una reflexión sobre la fotografía bélica. Este ideario de la violencia, se pregunta la autora, vertido día a día en todos los medios, ¿nos conmueve o simplemente se ha normalizado?, ¿cómo nos situamos, por tanto, ante el dolor de los demás, si la historia no nos toca, si las imágenes son un reflejo distante y pálido de situaciones que simplemente no tienen nada que ver con nuestra existencia? Si bien la idea de que en todo momento en la historia del hombre ha existido la violencia -Edmundo O'Gorman, por ejemplo, en su "Carta a la paz" decía que la violencia es inherente al ser humano, en colindancia con los postulados del francés René Girard- la época contemporánea encuentra en las imágenes una forma de hacer patente la realidad a la distancia. Las imágenes son funcionales en sociedades que buscan los efectos de determinados procesos en la conciencia colectiva. Sin embargo, ver una imagen (por más terrible que ésta sea) es insuficiente para de verdad volcarnos en la realidad del otro y encarnar su pena. Hace falta, por consiguiente, a juicio de Sontag, reflexionar. Ver la imagen pero también pensarla en un conjunto de imágenes; atender al fenómeno que relata: volver a narrar, en suma. Sontag pone el dedo en la llaga en torno a aspectos que hoy son de suma relevancia, sobre todo, cuando nuestro país atraviesa una crisis de violencia por demás grave. Éste no es, sin embargo, un fenómeno nuevo, si se ha recrudecido, ello no invalida la cuestión de su posible origen. Volver a narrar, recuperar nuestra historia es un trabajo que le compete a la reflexión. Añadiría al texto de Sontag que esa narración, al menos la que ahora nos toca, debe tejerse mediante discursos congruentes, críticos, en los que la historia hable, pero siempre oscilando de un tiempo a otro. Develar nuestras imágenes con esas narraciones ocultas u olvidadas que nos dejan rastros no del pasado, sino del presente.

sábado, 14 de mayo de 2011

Fragmento para pensar el dolor

Es difícil llegar a uno mismo. Tal vez porque también es difícil hallarse en situaciones desacostumbradas en las que sentirse absolutamente desamparado. Éste es el problema: todo se nos ha hecho demasiado habitual, todo está siempre dispuesto. Y es que sólo las situaciones, digamos, "aporéticas", aquellas en las que nos encontramos totalmente desprovistos de recursos, son las que, cerrándonos el mundo exterior, nos obligan a franquear los límites de nuestro interior.
Nadie penetra en la profunda oscuridad de sí mismo si no es forzado por las circunstancias.

Chantal Maillard. Diarios indios. Valencia, Pre-textos, 2005.