sábado, 10 de diciembre de 2011

Fragmentos de El libro del frío de Antonio Gamoneda

(Leí El libro del frío de Antonio Gamoneda en una tierra lejana. Estaba aguardando los deshielos de la época, buscando el reloj descompuesto o quizá, sólo paseaba sobre mí para llegar a ningún lado. Lo leí una noche entera. Después volví a leerlo varias veces. Estaba en mi maleta y se afanaba en sus traslados; mutaba como un interior que se infla de sensaciones. Tiempo después fui a una lectura de Gamoneda aquí en México, me hubiera gustado preguntarle cómo dejamos que el dolor y el tiempo hablen a través de la escritura. Pero sé que me hubiera contestado con silencio, así que decidí callar. Miré a distancia a Gamoneda, a su esposa amable y dulce. Es un hombre sencillo, me dije. Después me fui sin decirle hola. Aquella tarde, de vuelta a casa, ya sólo pensaba que El libro del frío se halla separado de todo cuerpo y que la bondad y candidez de su progenitor se expresa en la miel negra de un invierno que cada año se repite a la manera de las campanas que citan a una comunión religiosa que cimbrará nuestro destino. Así que cada invierno lo leo y a veces cuando busco el transcurrir del cuerpo encima del tiempo, del dolor, de la añoranza, lo abro azarosamente y me deslizo sobre la nieve de un interior que corroe. Algunos fragmentos aquí...)   

*

El mirlo en la incandescencia de tus labios se extingue.

Yo siento en ti grandes heridas y te desnudas en mis fuentes.

Se extiende el mirlo en las alcobas blancas donde soy ciego,
donde algunas veces, suenan en ti grandes campanas.

*

Busco tu piel inconfesable, tu piel ungida por la tristeza de las
serpientes; distingo tus asuntos invisibles, el rastro frío del corazón.

Hubiera visto tu cinta ensangrentada, tu llanto entre cristales
y no tu llaga amarilla,

pero mi sueño vive debajo de tus párpados.

*

Ha venido tu lengua; está en mi boca

como una fruta en la melancolía.

Ten piedad en mi boca: liba, lame,

amor mío, la sombra.

*

Eres como la flor de los agonizantes

que es invisible mas su aroma entra

en la sombra nasal y es la delicia,

todo en la vida, durante algún tiempo.

*

Existe el mar en las ciudades blancas,

coágulos en el aire dulcemente sangriento,

sábanas en la serenidad.

Existen los perfumes inguinales, lenguas en las heridas femeninas

y el corazón está cansado.

Entra con tus campanas en mi casa, pastora ciega, sin embargo,

como si no tuviera la dulzura su fin aún en las ciudades blancas. 

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