No hay narración silenciosa detrás de
los trazos.
No hay historias que contar ni
desenlaces.
La detención es el rostro del ruido.
La imagen es literal.
Ella encierra pero es transparente su
exposición.
El cuadro abre y aventura
figuraciones.
Nada en una imagen pictórica está
escondido.
Allí no existe la semejanza, sino un
mundo alterno,
indiferente, extraño a la cronología.
No se privilegia ningún pensamiento,
la aventura de Platón sobre lo oculto,
la eterna búsqueda del oro a punto del
engendramiento.
La violencia de lo oculto brota.
Nada esconde la fugacidad, la memoria,
la desequilibrante inarmonía entre los
pueblos, la sangre.
Todo está dicho, Otto Dix.
Los gestos arbitrarios del dictador,
cada uno de los ademanes de los
vencidos.
No hay nada detrás de las figuras,
todo se dice.
Si se recolectan todos los instantes
detrás de las voces
quedan los espejos, la voracidad, el
abandono.
El triciclo del tiempo es la mirada de
Dios,
el laberinto de Dios, su lenguaje.
La boca es el legado de Dios, el signo
de Dios,
su estampa en el hombre.
El hombre es un signo abierto y claro,
denso bajo el agua,
parte de la prolongación.