viernes, 29 de julio de 2011

.0 Rabiosa

1. Nada más aburrido que las personas que nunca se equivocan.
2.Al que no le guste mi arte, que se muera. (De P.K.)
3. Es la generalidad: nada garantiza la perdurabilidad de un escritor: ni su fama en vida ni todos los esfuerzos puestos en ser reconocido (quizá esto particularmente esté profundamente alejado del escribir y sin embargo, impera entre los deseos mezquinos y mundanos de un artista). Habría que meditar, no obstante, en el caso de Alfonso Reyes: un escritor medido, disperso, amado por todos sí, pero sin esa obra genial, al modo de Borges. Y por consiguiente, un escritor que no alcanzó a perdurar, por más que se le reconocía en el rancho y se le amaba (Hugo Hiriart).
4. A veces hay retornar al texto agreste, que suele ser el texto genial, en vez del texto ordenado, cansado y, por tanto, aburrido.
5. Uno se devana los sesos tratando de explicar qué es escribir y por qué se hace, cuando esas respuestas resistirán en su opacidad mientras exista lo literario.
6. Es un hecho: lo de hoy es la escritura fragmentaria. Fragmentos por aquí, fragmentos por allá: nadie se encuentra exento de ellos, son la plaga. Es una lástima que a menudo se omitan sus orígenes que, en realidad, son bastante viejos; desde los presocráticos si somos quisquillosos, y luego, en el romanticismo hasta la náusea. Pero allí, quizá, válidos porque había un cortinaje filosófico importante que tal vez no se deba ignorar. (Schlegel.)
7. "Literatura original": patrañas. Sobre todo, si se medita en la antiguedad grecolatina. Quizá la originalidad fue un principio para las vanguardias, pero sólo por razones contextuales. También habría que pensar que las vanguardias ya son un canon. ¿Entonces?
8. Toda obra permite ver, en su andamiaje estructural, la pregunta sobre sí misma, sus leyes compositivas, su arquitectura, de ahí que podamos distinguir entre una obra literaria y un discurso de otro orden. Siempre es el texto quien nos ofrece las leyes que caracterizan nuestro entendimiento sobre el mismo. Por consiguiente, es una perogrullada afirmar que una obra literaria se cuestiona por lo que ella misma es y cómo se ha elaborado. Ello sólo vale, quizá, para esos casos explícitos en los que la obra cuestiona por el escribir en sí, como el Diario de Kafka. Así, todo cuento, implícitamente, cuestiona su propia ley, así como toda novela reflexiona sobre su propia constitución. El discurso ingenuo tiene la gracia de un animalito revolcándose en el lodo.
9. El crítico literario no hace una obra subordinada a la que estudia, sino una obra autónoma, creativa y, por tanto, artística, que es por sí misma y se sostiene como tal, sin necesidad de la obra que aparentemente la sustenta. Quizá persista todavía un modo de hacer crítica semejante al siglo XIX, muy a lo Sainte-Beuve, pero eso es ya otro asunto que no se relaciona en absoluto con la crítica literaria y estética del siglo XX.
10. La literatura no equivale a un autor, es decir, a un cuerpo. Lamentablemente, esto ha sido muy mal comprendido o quizá ni siquiera ha sido reflexionado o peor aún, tal vez se desconoce. Sin embargo, la historia de la literatura siempre cargará, desde que esa sentencia fue pronunciada, con esa llaga en el tronco que sangra.

1 comentario:

  1. Hola Ingrid, cómo estás? que recuerdos... ojalá me contestes para platicar Saludos Atte. Joe arturojoe@yahoo.com

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