domingo, 23 de julio de 2017

La muerte del espectador (notas)

De "Violencia de la imagen, violencia contra la imagen" me interesaron tres perspectivas que, en el breve ensayo de Baudrillard, merecerían una exposición más detallada, ejemplos concretos y desarrollos profundos. Sin embargo, llaman la atención por su cercanía con un presente que erige la historia, la memoria y la experiencia en torno a ciertas concepciones de la imagen y del lenguaje.
La primera tiene que ver con la existencia de diversas violencias. Dice Baudrillard:  


«Podemos distinguir una forma primaria de violencia: la violencia de la agresión, de la opresión, de la violación, de la relación de fuerzas, de la humillación, de la expoliación: la violencia unilateral del más fuerte. A estas se puede responder mediante una violencia contradictoria: violencia histórica, violencia crítica, violencia de lo negativo. Violencia de la ruptura, de transgresión (a la que podemos añadir la violencia del análisis, la violencia de la interpretación, la violencia del sentido). Todas ellas son formas de violencia determinada, con un origen y un fin, cuyas causas y efectos pueden establecerse, y que se corresponde con una trascendencia, ya sea la del poder, la de la historia o la del sentido.
A esto se opone una forma propiamente contemporánea de violencia, más sutil que la de la agresión: es la violencia de la disuación, de la pacificación, de la neutralización, del control, la violencia suave del exterminio. Violencia terapéutica, genética, comunicacional: violencia del consenso y de la convivencia forzada, que es como una cirugía estética de lo social. Violencia preventiva que —a fuerza de drogas, de profilaxis, de regulación psíquica y mediática—, tiende a anular las raíces mismas del mal y, por tanto, toda radicalidad. Violencia de un sistema que persigue cualquier forma de negatividad, de singularidad (incluida la muerte como forma última de singularidad). Violencia de una sociedad en la que se nos prohíbe virtualmente la violencia, se nos prohíbe el conflicto, se nos prohíbe la muerte. Violencia que, en cierto modo, pone fin a la violencia en sí misma —a la cual ya no se puede responder mediante una violencia igual —por medio del odio. Fin de la violencia primaria, fin de la violencia secundaria, violencia del tercer tipo: Grado Xerox de la violencia.»


A estas notas añadiría el planteamiento de René Girard que sugiere una violencia intrínseca al ser humano canalizada a través de diversos medios; en ciertas sociedades, por ejemplo, a través de una víctima propiciatoria. Baudrillard considera algo semejante pero no lo enclava en el ámbito de lo sagrado; se trata, en cambio, de una violencia material, expuesta, en una perpetua disección social; existe soterrada y generalizada y persigue con ahínco la singularidad. Su acción es visible, pero nadie la transforma, solo existen oposiciones desde diversos frentes que realizan acciones violentas en su contra: violencia contra violencia; la una muda, la otra combativa y rupturista; la que posee hegemonía clausura toda posibilidad de diálogo con la violencia terrorista, la margina, la anula, la combate, pero a través de una defensa discursiva (habla de imágenes). Los grupos marginales, las comunidades indígenas, las minorías, condenadas a la extinción por el mundo globalizado, perseguidas y aisladas en un mundo siempre blanco, con ideales de clases medias sumergidas en la deuda y el consumo, se aíslan y viven en la indefensión, a punto de ser extinguidos o responden con  violencia radical: "Grado Xerox", violencia del tercer tipo, aquella que rompe la hegemonía de la prohibición. Girard dice que el ciclo de las venganzas es interminable; la violencia que se responde con violencia jamás termina, vienen nuevas generaciones, continúan las luchas anteriores. Serpiente que se muerde la cola. Violencia demorada, la que no lanza bombas o sujetos auto-inmolados, violencia lenta y callada, comida chatarra, basura no reciclable, calentamiento global. 

La segunda cuestión que Baudrillard añade tiene que ver con el comportamiento de las sociedades contemporáneas ante el secreto. Parece que aquí, Baudrillard medita en los universos virtuales, el único ejemplo que menciona es el de Big Brother, pero sus notas también atañen a las redes sociales, a todo espacio virtual en el que los seres humanos pueden edificar un universo vital paralelo al de sus experiencias "reales". En dicho universo estamos visibles y expuestos —aunque sus grandes paradojas se vinculen con la mentira—, se trata de una violencia ligada a lo transparente; en la cual, todos tenemos que confesar o exponer nuestros más profundos deseos, secretos o experiencias: violencia de la luz. Luminosidad cegadora. ¿De qué hablamos si todo es dicho, expuesto, manoseado por una comunidad invisible? En el mundo virtual —esa es la imagen que piensa Baudrillard—, el mundo se libera del orden natural: el  del cuerpo, el sexo y la muerte. Se trata del reinado de imágenes sin sentido, colocadas una sobre otras, en la yuxtaposición desordenada, tosca e inverosímil del universo desparpajado de un descontrol esquizoide. El lenguaje que las acompaña, a su vez, parece hueco, se trata de palabras sin carne. Confesiones que, en su exceso, nos devuelven efigies planas de nosotros mismos, sin el revés de la ironía:

«Hacerse imagen es exponer por completo la propia vida cotidiana, todas las desgracias, todos los deseos, todas las posibilidades. Es no guardar ningún secreto. Hablar, hablar, comunicar incansablemente. Esta es la violencia más profunda de la imagen. Es una violencia penetrante que afecta al ser particular, a su secreto. Y al mismo tiempo es una violencia contra el lenguaje que —desde el momento en que se convierte en un operador de visibilidad, en un medio—, pierde también su originalidad, su índole irónica de juego y de distancia, su dimensión simbólica autónoma en la que el lenguaje mismo es más importante que lo que se cuenta.»

Al vaciarnos nos reinsertamos en los órdenes sociales y familiares con resignación, mansos. Estamos neutralizados en los medios de comunicación, incluso si solo somos espectadores. Somos actores, en cambio, cuando erigimos vidas virtuales y nos convertimos en los protagonistas de su ficción. Entre tanto el mundo subterráneo de las fisuras y pobrezas, se desenvuelve en el silencio de la opresión, la migración forzada, la desaparición de personas, las violaciones de mujeres y niños, los asesinatos y la horda de problemas socio-económicos que auguran un mundo sin porvenir (natural ante todo), pese a la masificación descontrolada. Y aquí viene el tercer punto de interés que menciona Baudrillard, que es la idea de que las imágenes sepultan lo real, hay un "doble asesinato simbólico" cuando todo forma parte de la imagen. Si vemos la imagen de un asesinato reiteradamente, por más que nos perturbe, llega un momento en que no tiene sentido, no solo porque se normaliza la violencia o nos volvemos insensibles ante cadáveres, fosas y personas torturadas sino porque la imagen juega contra su originalidad; al crear proximidad con nosotros, nos fundimos en ella, nos parece irreal, la jugamos, la volvemos insignificante, en la misma medida en la que todo lo que ingresa en el terreno de la trivialización (ya sea lenguaje, imagen o espectáculo), deja de hablar, deja de ser "real" y pierde sus caracteres simbólicos:

«Doble asesinato simbólico: hoy todo toma forma de imagen, lo real ha desaparecido bajo la profusión de imágenes. Pero olvidamos que la imagen también desaparece bajo el peso de la realidad. La mayor parte del tiempo, la imagen está desposeída de su originalidad, de su existencia propia en tanto que imagen, condenada a una complicidad vergonzosa con lo real. La violencia que ejerce la imagen se ve ampliamente compensada por la violencia que se ejerce contra ella: su explotación como elemento de documentación, como testimonio, como mensaje (incluidos los mensajes de miseria y de violencia), su explotación con fines morales, pedagógicos, políticos, publicitarios...»


Es necesaria la distancia, la imagen no puede fundirse con mi ser como si de un videojuego se tratara. Si no hay distancia entre la expectación y lo representado entonces, quizá, estamos presenciando, como dice Baudrillard, la "muerte del espectador". Fundidos con la imagen presenciada, acoplada a nuestro cuerpo, insensible, irreal, inverosímil, nos sumerge en sí misma, y a su vez se confunde con sus propios medios. Nada que provenga del universo digital tiene vínculos claros con las nociones de verdad o mentira: adiós al punctum de Barthes. La cualidad de testimonio de la imagen tendría que empezar a lanzarnos fuera, a golpearnos, a ejercer esa violencia desmedida que duele. 


REFERENCIA:

BAUDRILLARD, Jean. La agonía del poder. Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2006.  

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