viernes, 19 de mayo de 2017

Notas sobre "generaciones literarias" (La Generación del 98 y la del 27 españolas —apenas rastros...)

Las características que convierten a un grupo de escritores en una generación son complejas. Para un especialista en historia literaria, la agrupación se debe al afán de organizar un campo de conocimiento que esclarece las razones históricas de ciertos tránsitos temporales y espaciales de unas etapas estéticas a otras. Se trata de elaborar rutas que clarifiquen la voluntad, siempre minuciosa, del historiador, concentrado en clasificar y ordenar el laberinto. Los historiadores más atentos ocuparán tiempo en recoger, puntualmente, cada nombre, fecha y dato que corrobore rastros y huellas. Un trabajo fundamental y aristotélico: el registro taxonómico no obedece simplemente a una voluntad enciclopédica, sino al control absoluto de un campo de saber. 

El teórico, en sentido cruzado, observa un conjunto de rasgos que prevalecen en cuanto a orientaciones estéticas. Las características que se han atribuido a las generaciones literarias, tales como el tiempo vital histórico compartido o el mismo lugar de nacimiento, son insuficientes para explicar los caracteres que singularizan las escrituras. Dos ejemplos interesantes ofrecen rasgos particulares. Más que definir las obras como conjuntos, las sitúan en conversación. Se trata de la generación del 98 y de la generación del 27 españolas. Dos periodos estéticos prolijos. Ambas son espacios coyunturales de entendimiento histórico de la primera mitad del siglo XX, en la que fenómenos importantes tienen lugar en el campo literario (las literaturas del exilio político —no únicas, desde luego, pero sí predominantes— y el surgimiento social de nuevos lectores; una clase media maltrecha y empobrecida "espiritualmente" al decir de Unamuno). 


                            

Las generaciones del siglo XX españolas también se inscriben en la reflexión de los presupuestos de las vanguardias europeas y suscitan numerosas discusiones y planteamientos para la literatura y el arte. Desde sus diversos quehaceres, tejen literaturas enclavadas en raigambres propias, sin depender de las influencias francesas ni de la sombra de otras literaturas. Y, por supuesto, cuestionan sus mecanismos de composición, colocan en tela de juicio el acto creador; de ahí que los personajes nebulosos de Unamuno increpen al autor: síntoma de la ebullición del verbo observándose en el espejo de su andamiaje.


                            Unamuno lector

Si el modernismo, como dice Paz en Los hijos del limo, es el verdadero Romanticismo de América Latina, la generación del 98 y la del 27 son construcciones de identidad estética a partir de lo propio sin negar lo de afuera. Se trata de producciones inauditas en un sentido rítmico; danza de una voluntad creadora emancipada. Son la asunción de expresividades concebidas desde parajes radicalmente asumidos como propios, aunque posean influencias y rasgos de época.


Las dos generaciones responden a impulsos distintos; la del 98 a las condiciones socio-políticas y económicas de principios del siglo XX: la pérdida de las últimas colonias españolas, la reconstrucción del ser español, el nacimiento de un nuevo pensamiento político; la del 27, a impulsos estéticos inspirados en la poesía pura, el resurgimiento de Góngora como influencia, las poéticas del exilio. Estas conjunciones, políticas, en un caso; estéticas, en el otro, suscitan las dudas de cómo y por qué considerar a estos escritores una generación. Sabidas son las disputas y las diferencias entre ellos; la comparación de sus obras es estéril, pues cada una merece una consideración crítica pertinente.  


                               Pío Baroja camina en el entramado del bosque

No es posible encasillar a Ganivet, a Unamuno, a Pío Baroja, a Valle-Inclán, a Maeztu o a algún otro autor de la Generación del 98 en el estrecho casillero de características de los manuales de historia literaria. Tampoco son equiparables las obras de Alberti, Aleixandre, Cernuda, Lorca, Guillén, Salinas o Gerardo Diego. ¿Qué queda? Para la historia literaria, un puñado de fechas y publicaciones próximas. Por ejemplo: el hecho de que en 1923 se publicara Presagios de Pedro Salinas, en 1924, Marinero en tierra de Rafael Alberti; en 1925, Tiempo de Emilio Prados; en 1926, Las islas invitadas de Manuel Altolaguirre; en 1927, Perfil del aire de Cernuda, y en 1928, Cántico de Jorge Guillén. (Cano, 1973, p. 12).





Hay otro rasgo también importante que ofrece cauces de reflexión; se trata de la presencia de dos sombras, olmos secos y fértiles a la vez, que susurran diluidos en los versos rebeldes de los jóvenes: Antonio Machado y  Juan Ramón Jiménez, padres poéticos, tejido de una tradición. Qué complejas relaciones estéticas sugieren las influencias. La presencia de Rubén Darío y de Neruda también rondan las orillas de las nuevas expresividades. Los vínculos no son claros ni polares, tampoco sumisos o únicamente contestatarios. Sin duda, hay un campo fértil que se ha pensado desde numerosos ángulos. Cada indicio es digno de reflexión.

Un astro que acompaña a la generación del 27 y que ilumina con su candor poético y ensayístico esta ola de masculinidades, es la figura fundamental de María Zambrano. Reflexionó en la poesía y reactualizó muchos de los postulados de Ortega en torno al pensamiento filosófico. Zambrano pone en evidencia que la Historia necesita expresividades propias y que el ser de España expande sus secretos en la poesía; se despliega en ella sigilosamente a la manera de la "intra-historia" de Unamuno, que es la 'verdadera' y profunda historia de un pueblo. A veces la presencia de Zambrano se olvida en la numerosa nómina de poetas de la época. 




De todas estas obviedades queda extraer algunas conclusiones: el estudio de las generaciones poéticas corresponde a la historia literaria para clasificar un saber que, en el siglo XX español, es complejo y vasto. Pero la consideración de la generación no debe fomentar una pereza crítica: la del reduccionismo. Cada obra merece atención particular, incluso, dentro de un mismo autor: no es lo mismo meditar en la novela o poesía unamuniana. De igual manera, el teatro de Lorca merece consideraciones particulares, muy específicas en comparación con otros libros (Romancero gitano y Poeta en Nueva York son conjuntos poéticos rítmicamente diferenciados y debidos a distintas músicas). 

Finalmente, los vínculos con las influencias complican y contradicen los presupuestos habituales en torno a las generaciones poéticas: ¿qué tanto permanecen los rastros, no de voz, sino de silencios y pausas, de respiraciones mudas y calladas, y tiempo sin tiempo y vejez envejecida en el trazo de los poetas de un porvenir que nunca llega?








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